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José Manuel Marroquín Ricaurte nació en 1827 en Bogotá (Colombia), ciudad en la que falleció en 1908. Llegó a ser presidente de su país entre 1900 y 1904. Fue escritor y estadista, y pese a iniciar sus estudios de Derecho, no llegó a terminarlos. Ejerció la docencia en el colegio que él mismo fundó en su ciudad natal. Heredero de un importante patrimonio, también se dedicó a la administración de la finca familiar Yerbabuena, lo que hizo que se le conociera como «el señor de Yerbabuena» o «el castellano de Yerbabuena».
Su trayectoria política comenzó de forma convulsa ya que, pese a haber sido elegido vicepresidente en 1898, el presidente Manuel Antonio Sanclemente (1813-1902) no estuvo de acuerdo con el ejercicio de las funciones presidenciales en su ausencia. José Manuel Marroquín inició entonces una rebelión en su partido, el Partido Conservador, contra el presidente, en conjunción con el Partido Liberal de José Bonifacio Aquileo Elías Parra Gómez (1825-1900). La rebelión acabó deponiendo al presidente Sanclemente, y colocando en la presidencia a Marroquín en 1900. En su gobierno tuvo que hacer frente tanto a la Guerra civil de los Mil Días (1899-1902), como a la separación de Panamá debido al tratado Herrán-Hay (1903). Este tratado permitía a EE.UU. construir un canal transoceánico en el istmo de Panamá, y fue apoyado por el presidente Marroquín pero rechazado por el Senado colombiano. Ante la negativa colombiana, EE.UU. finalmente apoyó las intenciones separatistas panameñas y proclamó el 3 de noviembre de 1903 la separación del istmo de Panamá.
Pese a tales sucesos políticos, Marroquín conserva su fama de educador y escritor prolífico. En 1871 fue cofundador de la Academia Colombiana de la Lengua Española, junto con personalidades como Miguel Antonio Caro (1843-1909), humanista y también presidente de la República de Colombia (1892-1898), y Rufino José Cuervo (1844-1911), padre de la filología hispanoamericana. Durante el gobierno de José Manuel Marroquín, además, se reformó el sistema educativo colombiano.
Escribió obras prácticas que sirviesen a su labor docente, como su Diccionario ortográfico, que tuvo numerosas ediciones, algunas de ellas con cambios significativos en su interior. Este diccionario concebido como obra menos costosa y menos voluminosa que el Diccionario de la lengua que tan solo contiene unas advertencias explicativas iniciales. El didactismo se amplió en su Tratado completo de ortografía castellana, publicado por vez primera en 1858, con varias salidas posteriores, algunas de ellas aumentadas, como la segunda (1859). El Tratado contiene numerosas explicaciones ortográficas y una lista de palabras que constituyen excepciones a tales explicaciones. Completan el conjunto los Tratados de ortología y ortografía de la lengua castellana, impresos por vez primera en 1869, y otras posteriores, hasta que fueron aumentados por el propio autor en 1908, y reeditados en 1917. Los Tratados pretenden centrarse en el principiante y dar cuenta de cómo se escribe cada palabra, sin atender a innovaciones o propuestas lingüísticas.
A estos diccionarios y tratados se añaden obras de carácter literario, como sus poesías, recogidas por Gregorio Gutiérrez González (1826-1872) en el tomo I del Parnaso colombiano (Imprenta a cargo de Foción Mantilla, Bogotá, 1867). De carácter narrativo encontramos tanto novelas –entre las que sobresalen cuatro, Blas Gil (Casa Editorial J. J. Pérez, Bogotá, 1896), El Moro (D. Appleton & Co., Nueva York, 1897), Entre primos (Imprenta Espinosa, Bogotá, 1897) y Amores y leyes (G. R. Calderón, Bogotá, 1898)–, como composiciones breves, recogidas en Nada nuevo: historias, cuentos y otros escritos viejos (Librería Americana, Bogotá, 1908).
Estela Calero Hernández